miércoles, 7 de septiembre de 2011

La política y las ideas: Fernando Belaúnde Terry.

La violencia del terror se suscitó aquel año en que el arquitecto Belaúnde entró al poder como reciente presidente. El 17 de mayo de 1980, un día antes de las elecciones generales, un grupo de hombres encapuchados ingresó a la oficina de Registro Electoral para quemar las ánforas y padrones electorales en un pueblito de Ayacucho (Chuschi). A partir de entonces, las previsiones se tomaron sin cuidado.

Belaúnde había llegado al gobierno por una llamarada democrática, pero tampoco hubiese sido posible si las Fuerzas Armadas no rompían aquel pacto entre el oficialismo, el Apra y el Uno. Resultó también curioso que estas dos últimas fuerzas hayan estado enfrentadas después de desterramientos y opresiones. Aquel entonces, fue declarado como presidente para el periodo 63- 68.

El fallido contrato con la IPC, o en otras palabras, la pérdida de la página 11 había generado el clima para que el general Velasco empiece a sospechar sobre un fraude y dar el golpe de estado el 03 de octubre de 1968. En un helicóptero, había llegado con el ánimo impetuoso de nacionalizar al Perú, de hacerlo más nuestro, pero con la paradoja de resquebrajar la economía. Tuvo quizá las intenciones más benevolentes para con el indio, pero la realidad no se contrastaba mucho con las ideas; continuó la desigualdad a pesar de todo.

Acción Popular sufría una crisis existencial en aquellos años. Convertir al Perú en uno distinto, sin pobreza y con menos violencia, no había resultado, incluso la reforma agraria que propusieron tuvo defectos como las excepciones que tomaron en ciertas partes. El viaje de Fernando en todo el Perú fue sólo de campaña, porque sus ideas habían quedado en su oficina. Las gentes pobres pedían cambios. Edgardo Seoane, fiel testigo de las fragmentaciones al interior de AP, nos cuesta en su libro “Ni tiranos ni Caudillos, cartas y hechos del proceso político 62-68”, la triste realidad de las peleas y de las decisiones.

El periodo 1980-1985 fue más triste. El señor Alva Orlandini, conspicuo militante de Acción Popular, ya pedía el ingreso de las fuerzas armadas al conflicto. Sendero empezaba a brotar, los políticos a lucubrar en la solución aunque con cierta dejadez, ellos - terroristas - se expandían y rompían las normas de estado, mataban mientras el Ministro José María de la Jara, por ejemplo, minimizaba el hecho.

De mayo de 1980 a octubre de 1981, se habían dado 791 atentados; el 12 de octubre de este último año el presidente declara en estado de emergencia 5 provincias de Ayacucho. En medio de este clima, asaltaban la penitenciaría de Huamanga (se libera a presos), se atacaban puestos policiales y el apagón en Lima fue la gota que derramó el vaso - el problema tenía que llegar ahí - para que Belaúnde decida el 29 de diciembre de 1982 el ingreso de las Fuerzas Armadas al conflicto.

El dilema fue sabido, pues, las políticas anti-subversivas consistían en matar a cualquier sospechoso. En esos años, se produjeron matanzas extrajudiciales en Totos y Chuschi, en el cuartel “Los Cabitos” y en el distrito de Soccos, Ayacucho. (Informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación).

Los derechos humanos, entonces, fueron sacados de la órbita democrática. “En la guerra no hay DH”, afirmó, el General de aquella época (1984), Luis Cisneros Viszquerra, haciendo alusión a la falta de previsión, alocamiento e improvisación, caos y fracaso en ese enfrentamiento que, por cierto, el entonces diputado José Diez Canseco se había encargado de denunciar.

En 1985, el presidente Belaúnde llamó a elecciones, “con el déficit externo y la inflación creciendo y con el crédito externo prácticamente cortado” (Jhon Sheahan en “La economía peruana desde 1950”). Los postulantes no eran otros más que los dos que, por mayoría, según constitución, iban a la siguiente fase: Alan García Pérez (Apra) y Alfonso Barrantes Lingán (Izquierda Unida).

Fue algo complicada la vida política de Belaúnde Terry. En una encuesta de “Caretas” en el año 80, la gente decía, “a Fernando B. le falta carácter”. Vivió junto a su esposa, Violeta Correa, hasta el 2001 - año en que murió -. Él, después de participar en la marcha de los cuatro suyos y de dar, como sentencia, su asistencia democrática, también se va el 4 de junio de 2002.

La trayectoria de este político es innegable, pero los amanuenses suelen escribir bien de su itinerario, sin perspectivas y sin crítica. Acá, sólo se retrata el lado negativo de su gobierno porque el lado positivo es más que conocido - por ejemplo, la carretera longitudinal y la vía de los libertadores, son dos grandes obras importantes que dejó -. Más allá de lo material, su espíritu fue incontenible, diáfano, un político convicto y creyente en los triunfos y menos en las derrotas. Amó al Perú (a pesar de no haber crecido aquí) con gran soltura y entusiasmo que se atrevió, a trabajar en y por él. “Mi doctrina es el Perú”, decía, en un simple pero profundo aforismo.